domingo, 27 de noviembre de 2011

Esperanza tiene cuatro años.

Esperanza tiene cuatro años. Es rubia, tiene los ojos muy celestes, y unos grandes cachetes. Cuando llega a un lugar nuevo, sonríe y se acerca lentamente. Te analiza con unos ojos grandotes y te abraza con los dedos. Si, con los dedos. Sus dedos abrazan los tuyos, y para ella eso es un gran abrazo. El más sincero de todos. Cuando lograste que te abrace, te invita a jugar, y de ahí en adelante todo es risas y ojos brillosos. Lejos de lo que el tiempo dice, dentro de su cuerpo Esperanza tiene dos años. Lleva consigo una mochila que no le pesa ni le pesará nunca: la del síndrome de down.
Me vio llegar desde muy lejos, intento sacarme una foto con una cámara imaginaria con la que estaba jugando, se acercó y me miró muy fijo. Sospecho que nunca antes nadie me había mirado así. Logré verme a mi dentro de sus ojos, y me estremecí por completo, me encontré a mi misma y no pude evitar hasta temblar. Tenía unos ojos puros delante mío, que me mostraba lo que pocos me muestran: a mi misma. Luego de esos segundos que parecieron años luz, Esperanza me sonrió y me mostró sus dientes, dio unos pasos más, agarró mi mano y me abrazo con los dedos. Y después de eso todo lo que vino fue confianza pura.
Recorrimos el pasto en todo su ancho, jugamos con las hormigas, almorzamos con un par de escarabajos y tomamos el té con unas vaquitas de San Antonio que pasaban por ahí. Gritamos un par de goles de partidos que no estábamos viendo, nos tiramos de toboganes que parecían tan altos como el obelisco, y hasta cantamos una canción que solo nosotras dos sabemos. Me entrego todo lo que tenía, y me dejo entrar de lleno en su vida. Fuimos tanto en tan poco, que ahora lo pienso y me sorprendo. Nos sentamos juntas al lado del pasto, nos reímos un buen rato sin saber porque, y nos dimos la mano para cruzar las canchas. Mientras nuestros hermanos jugaban al fútbol, y los padres se preocupaban por lo que ocurría ahí dentro, Esperanza me miró muy fijo. Tanto que tuve nuevamente esa sensación tan fuerte. Se acercó a mi oído y susurro algo que me costó escuchar. Dijo, muy suavemente, que el mundo podía cambiarse. La miré preguntándome si lo que había escuchado era cierto, y sus ojos me corroboraron que sí. Aquella niña estaba asegurándome que todo podía cambiar. Y en ese momento comprendí absolutamente todo. Todo.
Sospecho que se dio cuenta que yo estaba asombrada, porque en ese mismo instante se paró y me invito a seguir caminando con ella. "Ya recobré energías, ahora podemos caminar de vuelta" me dijo, con esa voz tan dulce. Y le volví a dar la mano para seguir recorriendo todo aquel verde que nos esperaba ansioso. Durante nuestra caminata me contó que le gustaba jugar con las muñecas, que quería mucho a su hermano, y que su papá era muy muy bueno. Tanto que a veces le daba miedo que desaparezca. Y le note el dejo de tristeza. Y un poco el alma se me partió.
Sonrió hasta que le dolieron los cachetes. Se rió hasta que tuvo que parar porque le dolía la panza, y como toda niña volvió corriendo cuando escucho que ya estaba la comida. Y la vi correr con su pelo rubio, su remera violeta, y su corazón tan grande que se sentía. Y el cuerpo me sonrió, porque no veía tanto amor en una persona desde hace ya mucho tiempo.
Cuando todo se calmó y se dio cuenta que teníamos que partir, Esperanza se acercó a mí y tiró de mi pollera. Me hizo una seña para que baje y me ponga a su altura. Cuando estuve de cuclillas a tu lado, volvió a sonreírme y me abrazó. Pero esta vez con un abrazo de brazos, ya lejos estaban la frialdad de los dedos. Me dio un beso, y me dijo algo que lo entendí clarito clarito: "Vos si que podes cambiar el mundo. Y va a ser un mundo muy feliz.".
Como ya dije, Esperanza tiene 4(2) años. Y me aseguró que yo puedo.
Tanto amor como ella? No, no lo ví jamas.-


Con ella, voy a poder.

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